sábado, 14 de febrero de 2015

Observaciones con Camus y Thuillier



No hay aparente relación entre la pintura de Turner y el prerrafaelismo porque ambas corrientes se disgregan del cauce académico, la primera es la desembocada de una época que marca el principio todavía romántico para los impresionistas, y la segunda corriente se olvida para siempre de la escuela estilista, son la herejía elemental de su tiempo.  Turner es paisajista pero revolucionario, los impresionistas domaban la luz, en Turner el ejercicio de la luz es un gesto voluntario de los eventos que brotan del tiempo y el espacio, se trata del ser pero ya no del Dasein de Heidegger. Aquí está la carne, el pulpejo que yacía oculto en la encrucijada. Lo que mejor describe la unidad básica que surge a partir de esas dos miradas, es la ontología de Wittgenstein: el mundo no son las cosas, el mundo es todo lo que acaece. A partir de la fotografía sonaba absurdo seguir pensando en el arte y el imitatio naturae. Se logró con éxito encontrar puntos de inflexión y pliegues que sufragaran el daño que el desarrollo industrial había causado. Se comenzó a percibir durante el mismo siglo XIX un papel del arte que no se había mostrado tan tácito (mutatis mutandis) y a la postre una muy lenta pero segura muerte del mismo (das Element, in dem die Kunst stirb).


El fuero pictórico de Turner se olvidó del entorno, su pulso milimétrico y poder empírico (único medio para develar el mundo exterior) se precipitó al dominio de las leyes físicas, a las Moiras, con la misma lucidez que Víctor Hugo cuando gozó la luna. No existe mejor esbozo del drama humano, Turner está antes de la literatura antropológica de Eliade, Lévi-Strauss y Bilz. No hay almas en sus cuadros, está el ser, no su acción tampoco el ente, sino la tercera acepción que no incluyó Heidegger en sus tratados. Casi lo mismo pasa en el prerrafaelismo. Ellos no se olvidan de mucho, rompen ese tiempo paralítico; derritió la rigidez glacial de la academia el fuego de la pasión y la inteligencia, la dádiva primordial de Prometeo, padre de todos los hombres.  No se trataba más de transmitir la historia mediante la imagen. La pintura de Collier, es un evento, el aprendizaje es un mero efecto secundario, la importancia reside en la sinceridad, sus cuadros dicen la verdad, aunque Lady Godiva es una leyenda, fue conducida de voz en voz con valentía, sin ocultarse, porque una historia no vale ni míseros centavos si es olvidada. No se trata de un problema metafísico, la pintura con este ímpetu es siempre una entidad metafísica. Lo mismo Millais, nos recuerda el epítome de los paroxismos sentimentales una vez en reposo, que no carecen de nobleza. Collinson recorre el segundo río de nuestra cultura, que nace en Israel. Todo son evocaciones tomadas del tiempo presente. Turner y prerrafaelismo,  la profunda interioridad en que se encuentra la idea clara de una intervención en una obra dramática escrita en el sentido más exacto. Es tácito el distinto campo al que ambas pinturas se dedican, pero el acaecer es el mismo. Concluyo mi observación con la siguiente cita:

“En realidad, como es lógico, no hay contradicción entre esa especie de cálculo y la desesperación autentica, que llegue realmente al borde del olvido de sí mismo, porque las fluctuaciones entre la expresión de un dolor profundamente sentido, semejante a un ataque de asfixia, y una manipulación estética y francamente astuta, por no decir taimada, del público ante el que se exhibe el sufrimiento ha sido al fin y al cabo, en todas las etapas de la civilización, la característica más acusada de nuestra especie, en sí enloquecida.” W.G. Sebald, Campo Santo



Fernando Emiliano Barajas Díaz

Mexicali, a 14 de febrero del 2015





jueves, 12 de febrero de 2015

Después de la guerra (Ulysses Deriding Polyphemus, J. M. W. Turner)


Las pinturas de Turner no solo demuestran su manipulación estética del espectro de cada imagen superpuesta, cada cuerpo colgado en el cuadro tiene su propia vida, es decir, su propia metáfora, no para de reproducir momentos y en cada uno el cuadro se transforma haciéndose más profundo como la cuerda que se pierde en la oscuridad de un pozo. Cada elemento constitutivo del barco, la proa, velas y anclas a las que sede espacio la imaginación, fueron, para ser pintadas. Decía Borges en una tertulia con Elizondo y Arreola, que la poesía ya es, el poeta lo único que hace es escribirla. Pintura, escultura, música y literatura son esfuerzos que intentan alcanzarnos aquel ente que percibimos, muy endeble en realidad, mediante la experiencia estética. Pero Turner se muestra despreocupado con esa clamorosa escalera de Jacob; él igual que los prerrafaelitas manifestaron su furor intelectual con un positivismo artístico que intentaba repetir la cinética de los maestros del alto renacimiento italiano, la misma sensatez de Pisanello y Andrea del Castagno parece que sólo hubieran sido para presentar el prototipo que sería legado a nosotros, los modernos, para que con las bendiciones del barroco, los pliegues (tan caros a la filosofía de Leibniz), hicieran levantar con vida cada cuadro, cada escena de Rossetti, Collinson, Collier y Everett.

Cuando Friedrich Hayek dice que el raciocinio no es tanto que podamos darnos cuenta del mundo sino la capacidad de controlar nuestros impulsos, es una invectiva al comportamiento actual de la especie a que se refiere, convirtiendo en dudosa la fosforescencia que campeaba en el reino animal. Esta incierta apoteosis del hombre ya se ha disuelto, desapareció como un vapor no bien formado, nosotros mejor dicho somos como una hoja que se mece en medio de la tormenta del capitalismo del siglo XXI. Todas nuestras acciones bajo el dominio de lo cósico buscan liberar la descarga de hiperactividad que nunca acaba, es una bandada de flechas de Apolo desde las lotananzas de un monte olímpico. Incluso el reducto de los dioses ya no se alude como en el pasado, en la primera edad de oro; para resumir con una historia prolífica la empresa de un descendiente de Aquiles, el de los pies ligeros. Para educar a sus hijos, los griegos dejaban a las manos de la curiosidad la lectura del poema homérico, las resultantes eran hombres como Alejandro de Macedonia, pericleces, y longevos motivo de perfidia por sus engendros como Sófocles.

Dedico Carmenes XVI de Catulo, a todo el rebaño cuyo pastor es ese canturreo apaciguador, y a toda persona despreocupada por el fundamento y también a los que buscan con somera crítica cambios políticos sin conocer en el ápice como es necesario, a la naturaleza humana. 

Repitámoslo, somos una incierta apoteosis, la vida nunca es dura, es mansa, llegamos del trabajo y no necesitamos expresar nuestras ideas para ver el televisor, tampoco para reproducir decenas de veces videos de nuestra misma estirpe, resultado de la estupidez más común (la de tener hijos). Somos un mono inquieto dentro de un elefante mal dibujado. Son cientos, casi millones los sambenitos, las anatemas, las mojigaterías de los que hablan por mera convención y condenan al presente la mal conocida rebeldía de Rimbaud, la abominación de Baudelaire y otros adalid del espíritu de Francia. La mosca que intentaba despertar el caballo de Atenas, loada por ese simposio político y moralista, escatima la suerte de maestría que heredamos de ella.

Turner igual que la inmensa minoría de quienes animaron la historia, nos dicen ahora en este vano siglo la ignorancia de nuestro carácter.



Fernando Emiliano Barajas Díaz

Mexicali, a 12 de febrero del 2015


Hannibal and his army crossing the Alps

Rain, steam and speed