No hay aparente relación entre la pintura de Turner y el prerrafaelismo porque ambas corrientes se disgregan del cauce académico, la primera es la desembocada de una época que marca el principio todavía romántico para los impresionistas, y la segunda corriente se olvida para siempre de la escuela estilista, son la herejía elemental de su tiempo. Turner es paisajista pero revolucionario, los impresionistas domaban la luz, en Turner el ejercicio de la luz es un gesto voluntario de los eventos que brotan del tiempo y el espacio, se trata del ser pero ya no del Dasein de Heidegger. Aquí está la carne, el pulpejo que yacía oculto en la encrucijada. Lo que mejor describe la unidad básica que surge a partir de esas dos miradas, es la ontología de Wittgenstein: el mundo no son las cosas, el mundo es todo lo que acaece. A partir de la fotografía sonaba absurdo seguir pensando en el arte y el imitatio naturae. Se logró con éxito encontrar puntos de inflexión y pliegues que sufragaran el daño que el desarrollo industrial había causado. Se comenzó a percibir durante el mismo siglo XIX un papel del arte que no se había mostrado tan tácito (mutatis mutandis) y a la postre una muy lenta pero segura muerte del mismo (das Element, in dem die Kunst stirb).
El fuero pictórico de Turner se olvidó del
entorno, su pulso milimétrico y poder empírico (único medio para develar el
mundo exterior) se precipitó al dominio de las leyes físicas, a las Moiras, con la misma lucidez que Víctor Hugo cuando gozó
la luna. No existe mejor
esbozo del drama humano, Turner está antes de la literatura antropológica de
Eliade, Lévi-Strauss y Bilz. No hay almas en sus cuadros, está el ser, no su acción tampoco el ente, sino
la tercera acepción que no incluyó Heidegger en sus tratados. Casi lo mismo
pasa en el prerrafaelismo. Ellos no se olvidan de mucho, rompen ese tiempo paralítico; derritió la rigidez glacial de la academia el fuego de
la pasión y la inteligencia, la dádiva primordial de Prometeo, padre de
todos los hombres. No se trataba más de
transmitir la historia mediante la imagen. La pintura de Collier, es un evento,
el aprendizaje es un mero efecto secundario, la importancia reside en la
sinceridad, sus cuadros dicen la verdad, aunque Lady Godiva es una leyenda, fue
conducida de voz en voz con valentía, sin ocultarse, porque una historia no
vale ni míseros centavos si es olvidada. No se trata de un problema metafísico,
la pintura con este ímpetu es siempre una entidad metafísica. Lo mismo Millais,
nos recuerda el epítome de los paroxismos sentimentales una vez en reposo,
que no carecen de nobleza. Collinson recorre el segundo río de nuestra cultura,
que nace en Israel. Todo son evocaciones tomadas del tiempo presente. Turner y
prerrafaelismo, la profunda interioridad
en que se encuentra la idea clara de una intervención en una obra dramática escrita
en el sentido más exacto. Es tácito el distinto campo al que ambas pinturas se
dedican, pero el acaecer es el mismo. Concluyo mi observación con la siguiente
cita:
“En realidad, como es lógico, no hay contradicción
entre esa especie de cálculo y la desesperación autentica, que llegue realmente
al borde del olvido de sí mismo, porque las fluctuaciones entre la expresión de
un dolor profundamente sentido, semejante a un ataque de asfixia, y una manipulación
estética y francamente astuta, por no decir taimada, del público ante el que se
exhibe el sufrimiento ha sido al fin y al cabo, en todas las etapas de la civilización,
la característica más acusada de nuestra especie, en sí enloquecida.” W.G.
Sebald, Campo Santo
Fernando Emiliano Barajas Díaz
Mexicali, a 14 de febrero del 2015